El crecimiento del e-learning en los últimos tiempos ha sido notable, pero no siempre ha ido acompañado de una reflexión sólida sobre su esencia, potencialidad y valor añadido. En el presente artículo iniciamos una reflexión sobre las bases tecnopedagógicas que lo sustentan.
En los últimos años, asistimos a la eclosión de las nuevas tecnologías de la información y el conocimiento (TICs) en la educación y el aprendizaje.
Asimismo, vemos que, independientemente de su carácter virtual o presencial, los métodos de enseñanza han cambiado sustancialmente, se han “modernizado”. Pero la convergencia de ambos fenómenos no implica necesariamente una relación de causa-efecto.
A veces, bajo un cascarón tecnológicamente sofisticado, esnobista y de gran atractivo, aparece un vacío en el aspecto pedagógico, carente de valor añadido alguno.
En más de una ocasión, el e-learning “tradicional” ha sido visto como un sustitutivo frente a la formación presencial, que abarata costes y permite alcanzar a más personas y de forma más cómoda.
Pero… ¿Qué podemos considerar formación e-learning?
Hay que tener en cuenta, antes de nada, que se trata de un concepto en ebullición, el cual se encuentra todavía en una fase magmática y por lo tanto, no tiene una forma conclusa y cerrada. Sin embargo, vamos a intentar establecer unas coordenadas, en torno a cuatro ejes básicos:
- Se diferencia del autoestudio y de la formación autoinstruccional, en el sentido en que en la formación a distancia existe un organismo o institución que diseña, crea, distribuye contenidos, establece normas de funcionamiento, ofrece recursos de apoyo y de alguna forma certifica o asegura el aprendizaje del alumno. Estos organismos o instituciones pueden ser de ámbitos muy diversos, desde colegios, institutos, universidades, centros de formación privados, empresas, etc. Así, una formación institucional requiere de:
- Un cuerpo docente y uno o más alumnos.
- Una acción formativa con una estructura curricular determinada.
- Un contrato o acuerdo implícito o explícito, entre las partes y que incluye como mínimo: objetivos, contenidos, programación, requisitos de admisión, criterios de evaluación, normas de funcionamiento, roles en profesores y alumnos, etc.
- Implica una separación espacial y frecuentemente temporal entre el alumno y el profesor. (Formación asincrónica). Hasta aquí, tendría cabida la formación a distancia tradicional, previamente a la irrupción de Internet y las TICs. Experiencias de formación a distancia ha habido desde hace muchos años, basada en el envío de materiales escritos por correspondencia y manteniendo complementariamente, una comunicación con el tutor vía telefónica.
- Para que podamos hablar de e-learning necesitamos otro factor determinante que es el apoyo de las telecomunicaciones interactivas, comunicación que puede ser sincrónica o asincrónica y no sólo profesor-alumno, sino también alumno-alumno. Al medio clásico de comunicación telefónica se añade el correo interno de la plataforma o el correo externo, el chat o el foro de debate. A ello se añade herramientas externas para el trabajo colaborativo: wikis, recursos para elaborar documentos colaborativos en la nube, blogs, redes sociales, etc.Gráfico 1. “Los círculos del e-learning”[1].
- Sin embargo, la presencia de estos recursos no garantiza la instauración de un e-learning Con frecuencia, el e-learning ha venido asociado con un concepto de formación fría y distante, unidireccional, enriquecido por una parte con la interactividad de los recursos didácticos; y por otro, con la comunicación con el profesor, siendo la relación entre el grupo de alumnos muchas veces anecdótica o complementaria. Esto, hay que señalarlo, ha comenzado a cambiar, pero se sigue echando de menos una metodología que sirva de base y sustento a las propuestas basadas en fundamentadas metodologías activas y colaborativas, que faciliten, por una parte, la adquisición de un aprendizaje más profundo, comprensivo, funcional y significativo. Y por otro lado, la adquisición y desarrollo en el proceso de trabajo de una serie de capacidades, no sólo útiles y beneficiosas desde el punto de vista académico, sino que se proyectan mucho más allá: nos referimos a las competencias transversales o competencias clave, tan necesarias y demandas en el ámbito laboral y social: planificación, organización, gestión del tiempo, comunicación, liderazgo, trabajo en equipo, negociación y resolución de conflictos, rigor y al mismo tiempo flexibilidad, iniciativa, creatividad…
Pero conseguir semejantes logros y aprovechar todo el potencial de estas nuevas posibilidades requiere que seamos capaces de establecer una conexión sólida entre tecnología y educación.
Una reflexión en este sentido, consideramos, aportaría grandes beneficios a todo el proceso de enseñanza aprendizaje. Comenzando con la parte del diseño de la acción formativa. Eso que venimos en denominar diseño instruccional (DI) o diseño tecno-pedagógico. (DTP).
Por ello, en el próximo artículo pretendemos avanzar en este aspecto, realizando un repaso de los principales paradigmas o modelos de aprendizaje (conductivismo, cognitivismo, constructivismo y conectivismo) y su relación con los diferentes aspectos tecnopedagógicos.
[1] Elaboración propia
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