Reflexiones sobre el diseño de los cursos interactivos

Sin duda y dentro de lo que entendemos por aprendizaje permanente, el protagonismo corresponde al aprendedor, aunque no siempre lo asumamos con acierto y determinación; pero, cuando median docentes, estos han de facilitar, alentar, catalizar el proceso, de modo que el aprendizaje fluya. A ello se ha de orientar el docente, quizá especialmente cuando hablamos de cursos interactivos para e-learning; de cursos que nos recuerdan aquella enseñanza programada anterior a los ordenadores, aquellas lecciones impresas que hacían saltar al discente de una página a otra. Hablemos, sí, del diseño de los cursos interactivos multimedia.

El diseñador-guionista ha de proponerse de modo decidido —acéptese la perogrullada— que el usuario aprenda en la forma más rápida, segura y grata posible; obviamente, contando siempre con que aquel y este sintonicen en las metas de aprendizaje perseguidas. Es un cierto grado de excelencia empática que se pide al guionista, como al equipo de producción, todos al servicio de los discentes, a quienes hemos de suponer voluntad de seguir estos cursos con propósito firme de aprender (más allá de que, en su caso, acaben figurando como “realizados” en la plataforma correspondiente).

Recuerdo que, habiendo sido diseñador de contenidos y tutor en un proyecto de e-learning para una gran empresa (quizá en 2002), el único mensaje que me llegó de los alumnos se refería a que, habiendo terminado el curso, este no aparecía como “realizado”. Seguramente respondí que lo comunicaría a los técnicos, pero lo que yo (tutor) esperaba eran preguntas en torno al contenido. Aquello me recordó el efecto Zeigarnik, y que yo mismo había estudiado en la universidad sobre todo para aprobar el examen, y no tanto para aprender; sin embargo, en el aprendizaje permanente habríamos de perseguir típicamente la consecución de conocimientos y habilidades que aplicar en nuestro desempeño.

Pero sigamos con la empatía. Amén de constituir un reflejo de esta fortaleza empática del diseñador, el grado de interactividad del curso se ha manejado con frecuencia como criterio de calidad; así ha venido ocurriendo, pero parece deseable que la interactividad se interprete como oportuno diálogo usuario-sistema y no tan técnicamente como se ha hecho a veces, forzando la inclusión de clics de continuidad. En efecto, el guionista ha de mostrar empatía, como también el equipo de producción, que en algunas ocasiones parece haber tendido (según mis pasadas y particulares experiencias) a ofrecer espectáculo, a lucir tecnología al margen del guion-storyboard y aun al margen del potencial didáctico: es lo del efectismo y la efectividad.

Claro, la empatía no se refiere sólo al diálogo (preguntas, saltos de contenido, aclaraciones ofrecidas, etc.), y ha de mostrarse también en cualquier mensaje del sistema, como asimismo en la ilación de estos atendiendo al correspondiente proceso cognitivo y emocional del usuario. Y conectando, sí, con la evolución competencial esperada en el usuario y la correspondiente aplicación de lo aprendido. Nos hemos situado en el terreno del aprendizaje permanente a lo largo (y ancho) de la vida, y este ha de tener reflejo en nuestra conducta, en nuestro proceder.

De modo que el diseño del curso habría de exhibir empatía y asimismo conexión con la aplicación: habría de resultar práctico (útil). Al respecto y volviendo a los criterios de calidad que a veces se han desplegado, recuerdo que (hará ya unos diez años) se habló de empleabilidad, sosteniendo que un curso era bueno si permitía al usuario acceder a un empleo (o acceder a un puesto mejor si ya trabajaba). Como este criterio de calidad resultara cuestionable (se dependía también del mercado de trabajo), no faltó entonces quien prefirió interpretar esta empleabilidad como facilidad de emplear-aplicar los conocimientos adquiridos. El caso es que resulta ciertamente deseable conectar con la idónea aplicación de los nuevos conocimientos-habilidades, lo que ya habría de estar previsto en la formulación de objetivos.

La verdad es que la formulación de objetivos de aprendizaje no se suele abordar con rigor. Durante años, por ejemplo, hemos topado con brevísimos cursos que venían a prometer notables avances en diferentes materias. Así las cosas, típicamente el guionista maneja cierta libertad y suele tratar de ofrecer la máxima ayuda al discente en el tiempo previsto; trata de desplegar conocimientos-habilidades que resulten sencillas de aplicar en beneficio del desempeño.

Cuanto mayor sea la expectativa de aplicación de los nuevos conocimientos-habilidades (inclúyanse actitudes, fortalezas, valores, hábitos, etc.), mejor, porque se trata de que el avance en nuestro desarrollo personal-profesional se refleje en el desempeño. No descartamos el aprendizaje por el mero placer de saber, porque además el conocimiento siempre goza de alguna utilidad; pero venimos enfocando el ámbito laboral. En general se pide, sí, a los cursos que nos resulten prácticos, útiles.

Y vayamos a lo de sistémico, tercera esdrújula de hoy. En una propuesta formativa alguien me corrigió hará unos veinte años “sistémico” por “sistemático” (hablando del pensamiento), pero yo me refiero, sí, a un diseño sistémico: que apunte al “sistema” competencial y al rigor de los conceptos. Hay realmente todo un sistema de rasgos conductuales que hemos de desplegar en conexión, en sinergia, tras los mejores resultados de cada tarea emprendida. Conocimientos, habilidades, fortalezas y actitudes han de combinarse en cada ocasión, de modo que una carencia notable en un elemento podría dar al traste con los resultados perseguidos; por ello, parece saludable que el diseño de un curso específico relacione en lo posible su contenido con el mapa competencial de los usuarios. Aclaremos de qué hablamos.

Se han diseñado cursos interactivos para el desarrollo de la creatividad en las organizaciones. Aquí —si el lector asiente— hay que decir que uno no es creativo sólo porque aporte impactantes ideas, sino sobre todo porque estas puedan realmente contribuir a generar soluciones que, tan efectivas como originales, mejoren la competitividad. A la originalidad (propiciada en los cursos con herramientas y técnicas específicas) habría que añadir capacidad para analizar debidamente cada reto creativo, como asimismo buen juicio al evaluar las posibles soluciones.

No, no nos tengamos por creativos porque hayamos aprendido a generar ideas originales; seamos bien conscientes de la necesidad de contar con suficiente información en cada caso real, amén de diversas inexcusables fortalezas analíticas (sin olvidar la intuición genuina). Bien entendida, la creatividad viene a ser cosa más compleja y seria de lo que algunos cursos (de esta y otras metodologías) parecen dar a entender. Sin menoscabo del interés de estos cursos, no perdamos de vista el alcance del concepto.

Ciertamente, el contenido de cada curso, técnico o no, puede presentar una cierta periferia sistémica a la que convenga aludir en grado suficiente. Quizá —enfoquemos también el caso de conocimientos técnicos— hace décadas podíamos tender a pensar que los sectores de actividad (y los campos del saber) estaban separados, pero en la realidad actual cabe hablar de solapes, interacciones, fusiones… El saber nos capacita para actuar, pero, en el momento de aplicar debidamente un conocimiento, se necesitan a la vez otros en sinergia, aparte de considerar circunstancias diversas. La realidad viene a resultar más compleja de lo que parece, y se ha de reflejar así en el diseño, para que no resulte estrecho.

No se trata de extender los cursos más allá de sus límites, sino de redondearlos y dejarlos ubicados, asentados, en el acervo de recursos cognitivos y emocionales del usuario. Cabe pensar que ningún discente habría de interiorizar ciegamente, aisladamente, lo aprendido en un asunto específico. En definitiva, el guionista de cursos habría de exhibir suficiente dosis de perspectiva sistémica (atención a las complejidades, a las conexiones, a las realidades…), sumada al inexcusable dominio del tema y la también inexcusable habilidad didáctica como docente.

Sí, seguramente todos los docentes (al margen de los métodos particulares) habrían de resultar en suficiente medida empáticos, prácticos y sistémicos; pero, en el caso singular de los cursos interactivos para e-learning, en mayor grado si cabe, a causa de la condición asíncrona de esta modalidad.

 

Resumen

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